CUENTO INFANTIL
"LA SEÑORITA CALCETINES"
POR ISABEL ALAMAR
Aquel verano toda la familia, papá Mario, mamá Rosa, los gemelos de diez años, Fran y Dani, y su gato León, llamado así porque era de un pelaje anaranjado y abundante sobre todo en la parte del cuello, fueron a pasar sus vacaciones a un precioso chalé de Alzira.
Mientras los padres estaban descargando las maletas del coche, los gemelos aprovecharon para adentrarse, veloces como el viento, en la casa deseando ver cómo eran sus habitaciones.
Entonces uno de ellos, Fran, dijo:
— Hay un gato debajo de mi cama.— Claro —le contestó su madre-. Nuestro gato León o es que te has olvidado de que ha venido con nosotros.— No, no -negó rotundamente Fran con la cabeza-, no es León, y ahora que me fijo no es un gato, sino una gata, y es negra como la noche.
Los padres corrieron a la habitación, mamá Rosa se arrodilló para ver bien lo que había debajo de la cama y, efectivamente, para su sorpresa, allí había una gata negra que parecía una pantera en miniatura, pero con las cuatro patitas de color blanco, lo cual les hizo mucha gracia a todos y, por eso, papá Mario propuso:
— Un buen nombre para esta gata sería, por ejemplo, Señorita Calcetines.
En principio, creían que provendría de algún chalé vecino y decidieron sacarla a la calle, muy amablemente, por la puerta, pero ella, muy decidida, entró de nuevo por la ventana. Entonces decidieron empujarla, suavemente, pero con firmeza hacia al exterior, por la ventana, pero entonces ella, con pasitos muy presurosos y decididos, se coló por la puerta, así que al final la dieron por imposible y la dejaron estar.
Durante los días siguientes, Señorita Calcetines parecía congeniar superbién con León y también con los demás miembros de la familia. De hecho, a menudo los dos gatos bebían o comían del mismo cuenco y hasta dormían juntos y entrelazados compartiendo sin problemas el mismo camastro.
Y, por el día, ambos gatos acostumbraban a hacer travesuras de las suyas, como realizar excursiones a chalés vecinos o encaramarse a los balcones y tejados de la casa para otear bien el horizonte o tomar panza arriba el sol, también jugaban a perseguir mariposas, escarabajos, ratones… a trepar por los árboles, o escarbar en la tierra después de hacer sus necesidades o simplemente porque habían escondido o buscado algo.
Bien llegada la noche, Señorita Calcetines solía deslizarse entre las piernas de todos los miembros de la familia demandado mimos y ronroneando la mar de fuerte cuando los conseguía. Fran y Dani estaban locos con ella. Y a sus papás les hacía mucha gracia todo aquello.
Todos los días, los gemelos jugaban con los dos gatos al escondite o al pilla-pilla. Otras veces, les fabricaban juguetes con cuerdas, ovillos o lo que encontraban por el garaje. Además, por supuesto, se preocupaban de que nunca les faltara ni comida ni bebida ni siquiera chuches.
De este modo, fueron pasando los días con sus noches hasta que llegó el día de la partida. Era ya a principios de septiembre y había que regresar al hogar. Las vacaciones habían acabado.
Así que comenzaron a cargar de nuevo el coche. De vuelta a su hogar, fueron comentando lo bien que se lo habían pasado aquel verano y lo que echarían de menos a Señorita Calcetines por lo divertida que era. De tan tristes que se pusieron recordándola tanto a Fran como a Dani casi se les escapa alguna lágrima.
Pero, justo en ese momento Dani dijo:
— Creo que he oído algo atrás.
Fran intervino inmediatamente también para confirmarlo:
— Yo también creo que he escuchado algo —confirmó.— Parece un maullido —corroboró Rosa, la madre.— Y parece que viene del maletero —añadió papá Mario.
En ese momento, papá Mario paró el coche para repostar en una gasolinera. Y los dos gemelos corrieron a la parte trasera del coche. Papá Mario abrió enseguida el maletero y, para sorpresa de todos, allí entre dos maletas, estaba recostada la Señorita Calcetines. Por lo visto se había subido en algún momento de descuido al coche.
Fran preguntó en seguida a sus padres:
— ¿Podemos quedárnosla?
Dani le secundó en el intento:
— Sí, porfa, está claro que quiere venirse con nosotros. Nosotros podemos ser su familia —dijeron a la vez—, adoptémosla, adoptémosla —insistieron.
Mamá Rosa y papá Mario, a los que también les encantaban los animales, después de mirarse a los ojos, asintieron con una sonrisa. Y se abrazaron todos a una dando saltos. Estaba claro que aquel verano había sido diferente y muy especial.
Señorita Calcetines pasó a la parte delantera y dirigiéndose a León dijo:
— Miau —y frotó su cabeza contra el transportín de León que devolvió a su vez otro sentido “miau”.
Y miau, miau este cuento gatuno se ha acabado.
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